You talkin' to me?

miércoles, 10 de julio de 2013

Searching for Sugar Man (2012)

Como el poeta, como el filósofo, cada cual elige sus desdichas o sus felicidades. Schopenhauer ha escrito que todos nuestros actos son voluntarios. El existencialismo es no menos severo y formula que cada instante de la vida es una elección. Sixto Rodríguez, compositor y cantante de música folk de los años 60´s-70’s, eligió el olvido, la proscripción y la felicidad.
   
A finales de los 60’s, Rodríguez recibió, en el fondo vaporoso de un bar, el imprevisto ofrecimiento de grabar un álbum. Aceptó como quien acepta un vaso de cerveza. Los productores, entreviendo en Rodríguez a uno de más grandes compositores de su época, anticiparon el éxito de la grabación. Sin embargo, no pasó nada.
     Poco después del primer fracaso, grabaría un segundo álbum que no mejoraría las ventas de su predecesor. Los productores no lo entendían: era un compositor genial (superior a Bob Dylan), un extraordinario cantante, un músico maravilloso, y, sin embargo, el público norteamericano no reparaba en su música. Rodríguez desapareció de los escenarios y se abandonó al exilio.
     Mientras que en América el álbum Cold Fact de Sixto no pasó de ser el baluarte vano de un desconocido, en Sudáfrica se convirtió en un himno de libertad. Son insondables los mecanismos del azar, o del destino (si es que existe). Rodríguez se llenaba las manos de porquería -en trabajos despreciables- para sobrevivir, y, al otro lado del mundo, en Pretoria, en Cape Town, se le equiparaba con The Beatles, con Elvis Presley; era todo un monumento…

Más que una apología del azar, el documental quiere significar la compleja operación de la ley de causalidad. Sixto Rodríguez, tras una larga y ardua búsqueda, es hallado gracias a una de sus hijas.
     Después de todo, Rodríguez no estaba muerto: ni se había prendido fuego en el escenario ni se había levantado la tapa de los sesos como lo sugerían las leyendas sudafricanas. Estaba vivo y llevaba una modesta vida en Detroit.

La segunda parte del documental trata del hombre, del mítico Sixto Rodríguez, y de su diferido retorno a los escenarios. Es conmovedor, es increíble, su primer concierto en Sudáfrica: hordas enardecidas de admiradores abarrotaban el estadio y coreaban de memoria cada una de sus canciones, extáticos…

En el documental, uno de los empleadores de Sixto declara que el hombre poseía la cualidad de elevar las cosas, de trascender lo mundano. No sé por qué pensé en ese personaje semidivino que es el gran poeta americano Walt Whitman. Al igual que Whitman, Rodríguez eligió la felicidad; es un personaje capaz de sonreír en la adversidad y en la desdicha. (Se refiere que Whitman, al ingresar como voluntario en un banco de sangre, tenía la milagrosa cualidad de reconfortar con su presencia a los enfermos.) Los hombres como ellos son pura luz, puro espíritu, trascendentalistas. Huelga decir que el más ilustre de los trascendentalistas es Jesucristo.

Rodríguez pudo ser rico, pudo entregarse a los lujos, pudo ser una “súper estrella”, pero escogió algo menos exuberante y acaso más sublime: la tranquilidad, la aurora, el olvido, las nubes, the leaves of grass...


jueves, 20 de junio de 2013

Tabu (2012)

En alguna parte de un ensayo sobre Quevedo, Borges declara que no hay artista de fama universal que no haya amonedado un símbolo. Tenemos a Keats y el ruiseñor, a Blake y el tigre, a Melville y la ballena blanca, al mismo Borges y el laberinto.
     En Tabu, el director portugués Miguel Gomes quiere forjar su propio símbolo: el cocodrilo.*
    
El argumento del film no requiere mayor dilucidación: En el crepúsculo de su vida, una senil anciana (Aurora) ruega a su vecina (Pilar) que busque a un hombre que hasta entonces no figuraba en la aparente cotidianidad de su vida: Gian Luca Ventura. Al morir Aurora, Gian Luca Ventura relata a Pilar y a Santa (la criada de Aurora) la historia de amor infausto que presidió su juventud. Nos enteramos de la pérfida relación que mantuvieron Aurora y Ventura y del culpable de este amor furtivo: un pequeño cocodrilo (mascota de Aurora) que gustaba de ir a merodear al patio de Gian Luca.

El film de Gomes es una extraordinaria evocación del mejor cine en blanco y negro. Está estructurado en dos partes: Paraíso perdido y Paraíso. La primera parte relata la senilidad de Aurora y su muerte. La segunda, la gestación y el desarrollo de un amor prohibido en la región africana del Monte Tabú, cuyos protagonistas son la joven Aurora y el italiano Ventura. Hay un par de voces en off que narran la historia, y cada parte está filmada en un formato distinto, 35 mm y súper 16. Asimismo, nos encontramos con una propuesta vanguardista en la segunda sección de la película: se trata de una historia muda referida por la voz omniscia de Ventura, en la que de manera acertada se activan algunos sonidos del entorno: el encendido de un motor, la detonación de un arma, etc.
     El fondo y la forma del film se conjugan de tal modo, que en cada secuencia uno percibe esa inusual sensación que percibimos ante las obras maestras.

Plutarco entendía que el cocodrilo es el símbolo de la divinidad. En algunas regiones de Egipto se le consideraba un animal sagrado y se le tributaba. Miguel Gomes refiere una leyenda a manera de prólogo en su película: un hombre, desdichado por la muerte de su amada, se arroja a un pantano infestado de cocodrilos, convirtiéndose, de este modo, en uno de ellos. Desde entonces se ve a una inaccesible y espectral mujer acompañada fielmente por un abnegado cocodrilo.
     Para Miguel Gomes, el cocodrilo es (creo) el símbolo del amor y la desdicha.

El cine pocas veces da ejemplos tan acabados de maestría. Tabu de Miguel Gomes es sólo equiparable con Amour de Michael Haneke o con Like someone in love de Abbas Kiarostami. Es una de las joyas más brillantes de la cinematografía de los últimos años.


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*Escribir “Tabu” sin acento no es una falta de escrúpulos. Este es el título original del film. 

lunes, 3 de junio de 2013

Halley (2012)

Ovidio recoge en sus Metamorfosis una admirable mitología que ocupa, y acaso desarrolla, un solo argumento fantástico: la transformación. Uno de los pocos relatos que Franz Kafka publicó en vida se halla bajo el rótulo de Die Verwandlung (La Metamorfosis); y narra el intranquilo despertar de un hombre convertido en un repugnante insecto. El decimonónico escritor Robert Louis Stevenson formuló en Dr. Jekyll & Mr. Hyde la abrumadora historia de un escueto científico que, bajo los efectos de una poción mefistofélica, se transforma en un ser despreciable y bestial. Heráclito ya entreveía que uno de los destinos del hombre es el cambio.

El cine y la literatura abundan en el ecuménico tema del cambio, de la transformación, de la metamorfosis. Cronenberg, Kipling, Cortázar (muchas veces Cortázar), Wells y Carlos Fuentes, son autores que, de algún modo, han incurrido en este fantástico concepto.*

La nota introductoria quiere develar el argumento de Halley del director mexicano Sebastián Hofmann.
     Te llamas (te llaman) Beto, eres el guardia nocturno de un gimnasio, te estás pudriendo. Tu piel se cae a girones, tus ojos se han puesto blancos, tu cuerpo pútrido hiede y de él emergen pequeñas larvas mosquiles que se han alimentado de tu dermis decadente. Posees un riguroso sentido del orden que contrasta con tu detrimento corporal. El profuso talco, el ampuloso maquillaje y los ruidosos perfumes ya no pueden ocultarlo: estás muerto.

El film de Hofmann posee, por lo menos, dos lecturas: una fantástica y una simbólica. La primera quiere significar la abominable y paulatina metamorfosis de Beto: su lenta y abyecta transformación de hombre a zombie, para utilizar la nomenclatura hoy en boga. La segunda me  evoca una línea de Borges: El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos. Deliberadamente utilicé la segunda persona del singular en la reseña; Tú, de algún modo, estás muerto. Todos estamos muertos: nacemos muertos, crecemos muertos y morimos muertos. El filósofo irlandés George Berkeley entendió que los hombres somos entidades ilusorias, fantasmas. En pocas palabras, vivimos sin vivir. (Quizá Giovanni Papini lo dilucida mejor en su relato El reloj detenido a las siete.)
      Una tercera lectura podría sostener una postura misantrópica: la vida como enfermedad. Sospecho que algo parecido a lo que le sucede a Beto nos ocurriría si Sísifo volviera a aherrojar a la muerte.

Halley, como las obras de Kafka, puede interpretarse de múltiples modos. El argumento prolifera y se bifurca en infinitas exégesis.
      Además de una bizarría exquisita, el film posee ese aire de ambigüedad que encumbró a David Lynch y engendró a Cronenberg. Es una historia digna de Poe  y que seguramente le habría quitado el sueño a Chesterton (al Chesterton de Daylight & Nightmare).

Asistimos a un lugar desolador y pútrido: la Ciudad de México. Una ciudad suele ser la imagen de sus habitantes. Una ciudad de muertos, de descarnados, de zombies, no es sino un cementerio, un pudridero o un Mictlán.
     Yo no sé si esta es la idea que tuvo Hofmann al realizar esta película. Al fin y al cabo, cada quien le confiere el significado que más le conviene.



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*Véase: The Fly (Cronenberg), The mark of the beast (Kipling), Axolotl (Cortázar), Chac Mool (Fuentes).

lunes, 22 de abril de 2013

Kon-Tiki (2012)


Jack London y Ernest Hemingway han prodigado admirables relatos cuyas tramas se abocan en un noble y universal tema: la incansable lucha del hombre contra la naturaleza.
     En The Old Man and the Sea de Hemingway, un viejo y ajado cubano decide tomar su bote de pesca y quebrantar una mala racha de ochenta y cuatro días. El viejo boga solitario hasta que el hilo de su caña se tensa bruscamente: un monumental marlín azul ha picado. La voluntad y el anhelo que fomentan a Ulises para volver a casa no son menos sublimes que los que promueven al viejo Santiago para someter y pescar al gigantesco marlín. Como aquella Odisea que escandió el griego, ésta es una apología de la inexpugnable voluntad del hombre. Hemingway escribe: El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, mas no derrotado.  

Por otro lado, el mar es impredecible. El mar ofuscó a Ulises, del mar emergió el toro que sedujo a Pasífae, el mar engendró a Afrodita, Ícaro pereció en el mar, el mar condujo a fieros bajeles vikingos a la barbarie, el mar fue el sendero de la ballena blanca que destruyó a Ahab, el antiguo marinero infamó y asesino al albatros con el mar como testigo, Jesús posó sus pasos sobre el mar, el mar veló el sueño de cierto pirata romántico, el inconmensurable mar alberga al enemigo de las almas: el Leviatán. Thor Heyerdahl sostuvo que nativos sudamericanos cruzaron el mar en balsas rudimentarias para poblar la Polinesia.

En Kon-Tiki, un editor americano refuta los trabajos de Thor; le dice que mientras no se demuestre aquella empresa imposible sus trabajos y sus investigaciones carecen de todo sustento. A veces la voluntad precisa un aliciente; Thor lo encuentra en las palabras del editor. Este es el poético principio de la expedición que lleva el nombre del dios inca del sol: Kon-Tiki, y del film que volcó, el año pasado, nuestra atención hacia Noruega.
    
Un ingeniero venderefrigeradores, un etnógrafo, un veterano de guerra y un experto en radiofonía, figuran entre los tripulantes de la inerme balsa que ha de llevar a Thor del Perú a la Polinesia. A lo largo de cien días surcarán el infatigable mar, sortearán a hambrientos tiburones y a curiosos leviatanes, contemplarán infinitas estrellas y luminiscentes invertebrados,  combatirán el hastío con libros y, en sus ratos libres, filmarán su arriesgada aventura.
     Los directores Joachim Rønning y Espen Sandberg han maquinado un film inteligente. Optaron por la estética de la cinematografía de Hollywood para acercar al público norteamericano; esto de ningún modo mitiga la calidad o la profundidad del film. Un aspecto fundamental de la película es el casi prodigioso manejo de la tensión. También la maravillosa interpretación de los actores.
      Es un film que mantiene, según la expresión popular, al filo de la butaca.

El mar es inescrutable y mágico. Kon-Tiki apenas nos aproxima a las vicisitudes que pudo haber experimentado la tripulación al promediar el siglo XX. El documental existe: ganó el Oscar en 1951. Este film es una sublimación y es una extensión del documental, que no adolece de situaciones imaginarias y de rasgos ficticios. (Que bien pudieron haber sucedido.)

El maltrecho Santiago regresa a la costa con el bote maltratado: la osamenta del marlín aún sigue atada a la borda. Los tiburones han devorado casi toda su carne. Santiago entra en su choza y se tiende en el catre con los brazos en cruz. Perdió contra los tiburones la preciada carne del pez, pero derrocó su mala racha: ha logrado pescar algo. Thor pisa tierra firme: todas sus especulaciones han quedado demostradas, sin embargo, ha perdido a su esposa y acaso también a sus hijos.

Toda victoria implica, de algún modo, una derrota.  


jueves, 18 de abril de 2013

Faust (2011)

Sobran motivos para rememorar las glorias de Tarkovski. Un motivo inmediato (tal vez obvio) es la filmografía de Sokúrov. Éste es discípulo y es heredero de aquél.
      Goethe fue para la lengua alemana lo que fue Cervantes para la española: un delineador del lenguaje. El Fausto es, sin duda, su obra más elevada. El influjo monumental de este trabajo permea el vasto caudal lexicológico de los alemanes.

A mediados del siglo XIX, Carlyle observó que El libro de Job (volumen décimo octavo del Antiguo Testamento) es un libro aparte, un libro de libros, un ápice de la literatura. Goethe, maestro de las disyuntivas, retomó el argumento de Job y lo reeditó (ésta es una conjugación traslaticia que nada tiene que ver con el plagio), propiciando el Fausto que hoy admiramos.
    Mefistófeles contamina y corrompe al hombre favorito de Dios: Fausto, quien -y lo sabemos harto bien- está versado en las cuatro doctrinas fundamentales de su época: la Filosofía, la Jurisprudencia, la Medicina y la Teología. (Todo cuanto se podía estudiar en aquel oscuro siglo.) Si bien Fausto es un hombre sabio, lo que lo posee y lo espolea es una infinita avidez de conocimiento; conocimiento que acaso presiente imposible. No hay que perder de vista que esta avidez, esta ansiedad, es el talón de Aquiles del que se prende el aciago Mefistófeles. Quien se encargará, posteriormente, de exigir la usura.

Hasta aquí, he recaudado una ínfima introducción de la obra de Goethe. Ahora hablemos, al menos brevemente, de la composición de Sokúrov. Faust es la culminación de una tetralogía sobre el poder. Pero de modo contrario a los tres films precedentes, Faust opera en un tenor asaz disímil. En los films anteriores se adjudica la obtención del poder al sometimiento corpóreo (necesito el énfasis para justificar mi idea); en éste, al subyugo espiritual. Recordemos que Fausto rubrica con sangre un documento en el que vende su alma a Mefistófeles a cambio del poder, de un poder que se traduce en conocimiento.
      Hay demasiadas adaptaciones (algunas grandiosas) de la obra capital de Goethe; casi todas literales o mutiladas. En Sokúrov nada es fácil (a priori, adaptar el Fausto no es fácil). Uno de los mayores atributos de Faust es su complejidad; una complejidad poética que igual entrevera fotogramas admirablemente nítidos con espejos difusos e inclinados, igual tonos terriblemente fríos con secuencias en las que se irradia luz y belleza. Uno tiene la impresión de estar en un sueño. (Que yo sepa -y para mencionar una cinta de nuestros días-, Post Tenebras Lux de Carlos Reygadas maquina un efecto parecido.)
      En narrativa siempre se habla de licencias literarias. Esas licencias trabajan, asimismo, para la cinematografía. Sokúrov infiere algunas variaciones al argumento de la obra de Goethe; v. g., en el film Mefistófeles toma la piel de un grotesco y deforme usurero.
    Frecuentemente alabo los detalles; Sokúrov los prodiga. Para no mitigar la exultación del espectador que gusta de inspeccionarlos, sólo atenderé a uno que me dejó abrumado: el entorpecimiento que produce un hombre sobre otros hombres. Durante el decurso del metraje Fausto se ve obstaculizado, y aun impedido, por sus congéneres. Como si el hombre fuera el óbice ineludible del que está a su lado. No sin simbolismo observamos a Fausto chocar y apretujarse con diversas y desconocidas personas.

Fausto conoció el deseo y acaso el amor, que está vedado a los mortales. Aceptó el hielo de las montañas y desobedeció a Mefisto.
    [Prefiero pertenecer al gremio de los atormentados y condenar mi alma si a cambio de ello conozco el imposible amor.]

Genial ya es una palabra desgastada. El ruso Aleksandr Sokúrov precisa una nueva y radical palabra, una que acaso las futuras generaciones definirán.


Nota: Para distinguir la obra literaria de la obra cinematográfica he utilizado Fausto y Faust respectivamente.

jueves, 4 de abril de 2013

Citizen Kane (1941)

La escuela y la abulia (que aquella espolea) no siempre conceden tiempo para la escritura; en consecuencia, he descuidado un poco el blog. En retribución, les presento el ulterior ensayo producto de la pluma de uno de los más grandes escritores del siglo XX, Jorge Luis Borges. Se trata de una inteligente disertación acerca de uno de los films más aclamados de todos los tiempos: Citizen Kane. Fue publicado en la revista Sur en el año de 1941 (año en que se estrenó la película). Disfrútenlo:



Un Film Abrumador

Citizen Kane (cuyo nombre en la República Argentina es El Ciudadano) tiene por lo menos dos argumentos. El primero, de una imbecilidad casi banal, quiere sobornar el aplauso de los muy distraídos. Es formulable así: Un vano millonario acumula estatuas, huertos, palacios, piletas de natación, diamantes, vehículos, bibliotecas, hombres y mujeres; a semejanza de un coleccionista anterior (cuyas observaciones es tradicional atribuir al Espíritu Santo) descubre que esas misceláneas y plétoras son vanidad de vanidades y todo vanidad; en el instante de la muerte, anhela un solo objeto del universo ¡un trineo debidamente pobre con el que su niñez ha jugado! El segundo es muy superior. Une al recuerdo de Koheleth el de otro nihilista: Franz Kafka. El tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto. El procedimiento es el de Joseph Conrad en Chance (1914) y el del hermoso film The power and the glory. La rapsodia de escenas heterogéneas, sin orden cronológico. Abrumadoramente, infinitamente, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a reconstruirlo. Las formas de la multiplicidad, de la inconexión, abundan en el film: las primeras escenas registran los tesoros acumulados por Foster Kane; en una de las últimas, una pobre mujer lujosa y doliente juega en el suelo de un palacio que es también un museo, con un rompecabezas enorme. Al final comprendemos que los fragmentos no están regidos por una secreta unidad: el aborrecido Charles Foster Kane es un simulacro, un caos de apariencias. (Corolario posible, ya previsto por David Hume, por Ernst Mach y por nuestro Macedonio Fernández: ningún hombre sabe quién es, ningún hombre es alguien). En uno de los cuentos de Chesterton —The head of Caesar, creo— el héroe observa que nada es tan aterrador como un laberinto sin centro. Este film es exactamente ese laberinto.
Todos sabemos que una fiesta, un palacio, una gran empresa, un almuerzo de escritores o periodistas, un ambiente cordial de franca y espontánea camaradería, son esencialmente horrorosos; Citizen Kane es el primer film que los muestra con alguna conciencia de esa verdad.
La ejecución es digna, en general, del vasto argumento. Hay fotografías de admirable profundidad, fotografías cuyos últimos planos (como en las telas de los prerrafaelistas) no son menos precisos y puntuales que los primeros.
Me atrevo a sospechar, sin embargo, que Citizen Kane perdurará como "perduran" ciertos films de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever. Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra.


Sur, Buenos Aires, Año X, N° 83, agosto de 1941.

martes, 12 de marzo de 2013

Like Someone In Love (2012)



Sólo cuando un director ha entendido todos los secretos y todas las posibilidades de la cinematografía, se conciben películas como Like Someone In Love. Abbas Kiarostami -demiurgo excepcional- es un autor privilegiado; ha articulado, para bien, el vedado nombre del dios del Cine.
    
A manera de asociación libre, esbozaré, no sin algún estrago o cambio involuntario, el argumento de Memoria de mis putas tristes del colombiano García Márquez: el año de sus noventa años, un viejo periodista, apodado por Rosa Cabarcas -dueña de un lupanar clandestino- el “sabio triste”, decide darse una noche de “amor loco” con una virgen jovenzuela. Rosa pone a su disposición a la muchacha que, agotada por su trabajo en una fábrica,  cae dormida la noche en que se supone el sabio triste la fornicaría. Tras frecuentar el lupanar algunas noches más y advertir el reniego onírico de la muchacha, el sabio desarrolla una especie de amor ¿paternal? /¿carnal? /¿ambos?  por la jovencita. El amor nos llega a cualquier edad (incluso a los noventa años) es más o menos la premisa de García Márquez.
       El argumento de García Márquez se aproxima, de algún modo, al de Abbas Kiarostami. Cambia el país (Japón), cambian las circunstancias (Akiko, la protagonista de Like Someone In Love, trabaja en una “casa de servicio” para poder pagar sus estudios de sociología), cambia la profesión del anciano pero no el trasfondo de ella (el sabio triste es periodista, Takashi es escritor y traductor), cambian los medios (uno es literario, el otro cinematográfico), no difiere la esencia (un viejo y una joven y un amor anómalo entre ambos).

Pero lo que verdaderamente hace de la película una sinuosa obra maestra, es su confección. Planos dilatados, secuencias cadenciosas y una obsesiva enmarcación de los automóviles, se entreveran a lo largo del film para dar forma al perfecto amasijo de que se compone Like Someone In Love.
       Una cinta, una gran cinta, se hace de detalles. Like Someone In Love abunda en estos; imperceptibles para el observador común, pero una fruición para el voyeurista cinematográfico. Uno de ellos -el primero y el más subversivo quizás- es el del plano inicial: el encuadre muestra una escena común: un restaurante-bar lleno; las personas hablan, ríen y beben a la vez que una voz en off (la de Akiko) preside su fandango; ella sostiene, por teléfono, una discusión con su novio; esta inteligente conversación desentraña el carácter inseguro y posesivo del novio de Akiko, que, para efectos ulteriores, será el detonante de la trama. Un segundo detalle es un lugar común del cine de Kiarostami: los automóviles. Buena parte del metraje discurre en el interior de un auto; basta echarle un vistazo a la prolija conversación sostenida entre Takashi y el novio de Akiko, o a la que para mí es la escena mejor lograda del film: en la que Akiko, antes de ir al encuentro de Takashi, observa, sentada en el asiento trasero del taxi, a su abuela, maletas a los costados, esperando por ella en una estación de autobuses antes de partir a su ciudad. Akiko pide al chofer que rodeé la estación varias veces únicamente para contemplar a su abuela, parada bajo la figura de una estatua, aguardando con abnegación su arribo. Akiko nunca baja del taxi para saludar a su abuela, aun cuando no la ha visto desde hace mucho tiempo. Esta es una secuencia que propala la absoluta maestría de Kiarostami.  

Difícilmente habrá otro director que entienda el cine como lo hace Kiarostami. Juega sutilmente con las psicologías de sus personajes y los lleva a instancias inusitadas. Su peculiar utilización de los ritmos sublima la narración y la atavía de una poesía visual poco convencional; construida a partir de espacios urbanos.
       Abbas Kiarostami es uno de los grandes genios vivos de la cinematografía mundial. Autor imprescindible.
       Jamás, en la aún breve cifra de mis años, había tenido la oportunidad de ver un final tan procaz y experimental como el de Like Someone In Love.