Como el poeta, como el filósofo, cada cual
elige sus desdichas o sus felicidades. Schopenhauer ha escrito que todos
nuestros actos son voluntarios. El existencialismo es no menos severo y formula
que cada instante de la vida es una elección. Sixto Rodríguez, compositor y
cantante de música folk de los años 60´s-70’s, eligió el olvido, la
proscripción y la felicidad.
A finales de los 60’s, Rodríguez recibió, en
el fondo vaporoso de un bar, el imprevisto ofrecimiento de grabar un álbum.
Aceptó como quien acepta un vaso de cerveza. Los productores, entreviendo en
Rodríguez a uno de más grandes compositores de su época, anticiparon el éxito
de la grabación. Sin embargo, no pasó nada.
Poco
después del primer fracaso, grabaría un segundo álbum que no mejoraría las
ventas de su predecesor. Los productores no lo entendían: era un compositor
genial (superior a Bob Dylan), un extraordinario cantante, un músico maravilloso,
y, sin embargo, el público norteamericano no reparaba en su música. Rodríguez
desapareció de los escenarios y se abandonó al exilio.
Mientras que en América el álbum Cold
Fact de Sixto no pasó de ser el baluarte vano de un desconocido, en
Sudáfrica se convirtió en un himno de libertad. Son insondables los mecanismos
del azar, o del destino (si es que existe). Rodríguez se llenaba las manos de porquería
-en trabajos despreciables- para sobrevivir, y, al otro lado del mundo, en
Pretoria, en Cape Town, se le equiparaba con The Beatles, con Elvis Presley; era todo un monumento…
Más que una apología del azar, el documental
quiere significar la compleja operación de la ley de causalidad. Sixto
Rodríguez, tras una larga y ardua búsqueda, es hallado gracias a una de sus
hijas.
Después
de todo, Rodríguez no estaba muerto: ni se había prendido fuego en el escenario
ni se había levantado la tapa de los sesos como lo sugerían las leyendas
sudafricanas. Estaba vivo y llevaba una modesta vida en Detroit.
La segunda parte del documental trata del
hombre, del mítico Sixto Rodríguez, y de su diferido retorno a los escenarios. Es
conmovedor, es increíble, su primer concierto en Sudáfrica: hordas enardecidas
de admiradores abarrotaban el estadio y coreaban de memoria cada una de sus
canciones, extáticos…
En el documental, uno de los empleadores de Sixto
declara que el hombre poseía la cualidad de elevar las cosas, de trascender lo
mundano. No sé por qué pensé en ese personaje semidivino que es el gran poeta
americano Walt Whitman. Al igual que Whitman, Rodríguez eligió la felicidad; es
un personaje capaz de sonreír en la adversidad y en la desdicha. (Se refiere
que Whitman, al ingresar como voluntario en un banco de sangre, tenía la milagrosa
cualidad de reconfortar con su presencia a los enfermos.) Los hombres como
ellos son pura luz, puro espíritu, trascendentalistas. Huelga decir que el más
ilustre de los trascendentalistas es Jesucristo.
Rodríguez pudo ser rico, pudo entregarse a
los lujos, pudo ser una “súper estrella”, pero escogió algo menos exuberante y
acaso más sublime: la tranquilidad, la aurora, el olvido, las nubes, the leaves of grass...